6 mar 2013

CHAVEZ: EL MITO SOBREVIVE


El desenlace era previsto:  Hugo Chávez sufría de una enfermedad terminal . El inaudito secretismo oficial sobre su condición generaba alguna interrogante sobre el cuándo, el dónde y el cómo, no sobre su inevitable fin.  Ya su traslado a Venezuela, un par de semanas atrás,  sugería que venía a morir en su patria, y el anuncio oficial del lunes pasado sobre el severo agravamiento de su salud  parecía preparar la luctuosa noticia de ayer.

Hugo Chávez dejó una profunda huella en Venezuela, en América latina y, en menor medida, más allá de nuestra región.  A su haber cuenta colocar el tema de la inclusión y de la justicia social en el centro de la política.  Las mayorías desposeídas de su país, postergadas perennemente por la ceguera y la corrupción de la política tradicional, sintieron su gobierno como suyo y le dieron su apoyo hasta el final.  Lamentablemente, la cuenta del debe es bastante más abultada: Chávez tenía una inocultable vocación autoritaria y personalista;  concentró todos los poderes constitucionales; cultivó megalómanas proyecciones  internacionalistas  y socavó seriamente la democracia y el estado de derecho.   Sus obras sociales se financiaron merced a los altísimos precios del petróleo y a costa de hipotecar los ingresos futuros de la nación.   Su embelesamiento con el régimen cubano y con la figura de Fidel Castro, de quien se sentía heredero, rayaba en la sumisión.

Maduro, su sucesor político designado, abriga similar devoción por Cuba y parecido íntimo menosprecio por la democracia.   Si bien carece del llamativo carisma del fallecido líder, seguramente querrá postularse a la presidencia en las elecciones que ahora, según la Constitución de Venezuela , debieran tener lugar.   Pero dado que los intereses comunes de los chavistas consisten en su voluntad de mantenerse en el poder  y puesto que hay más de una tensión fraccional en sus filas, los escenarios próximos son especialmente inciertos.

La muerte de Chávez sobrevino en un momento en que el modelo que él impuso comienza a hacer agua.  Sin embargo, la gente (y los venezolanos no son una excepción) tiende a mirar la historia política congelada en ciertas etapas y no como un continuo. Por ello, es probable que sus partidarios asocien una cada vez más sacralizada imagen de Chávez con los “buenos tiempos” y le arroguen a sus sucesores los costos que ya se venían incubando en sus años de despilfarro,  pero se manifestarán crecientemente en lo que está por venir.

Además,  bajo la presidencia subrogante de Nicolás Maduro,  desde hace algún tiempo se viene insistiendo en Venezuela en que Hugo Chávez no es un hombre, sino un camino, un futuro. “Chávez somos todos”,  se leía en rayados murales y pancartas.

Es así como se da a luz un mito, al estilo de un Juan Domingo Perón.  El líder, transformado en ícono, mantiene una unidad aparente de fuerzas muy dispares.  Para todo se invoca su nombre;  a él se atribuye todo lo bueno;  a las fracciones rivales, todas las desviaciones.  Muy al estilo del populismo latinoamericano.  Muy persistente.  Muy penoso.