21 oct 2012

LA CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS CHILENOS


Comienzo por aclarar que escribo sobre la reciente Carta Pastoral de los obispos chilenos no como creyente,  sino como un agnóstico que ha trabajado de cerca con la Iglesia.

Sin duda, los obispos tienen derecho, aún en un Estado secular,  de publicar sus opiniones sobre cualquier tema.  La controversia que ha generado este  documento episcopal no es acerca del derecho que les asiste para expresarse, sino sobre la competencia de los prelados en materias económicas.

La Iglesia no pretende ser versada en economía sino “maestra de humanidad”. Esta afirmación puede entenderse como un reconocimiento modesto de que  no tiene otro conocimiento experto sino aquel que se refiere a lo que los seres humanos son y estarían llamados a ser; también es posible interpretarla como una aserción – menos modesta- de su supremacía doctrinal y experiencial en estas materias.  En cualquiera de estas connotaciones,  cuando la Iglesia habla sobre cuestiones temporales apunta a un  “deber ser”, no a la probabilidad de que las personas se comporten de acuerdo a tal ideal.  De este modo, siguiendo la célebre distinción de Max Weber, los obispos se expresan a partir de la ética de la convicción.  Para el pensador alemán, los políticos deben, en cambio, adherir a una ética de la responsabilidad.  Ello no implica carecer de convicciones sino seguir un curso de acción que tome en cuenta las probabilidades de la vida real.

Valgan dos  ejemplos: Las autoridades públicas no soñarían con  tratar de eliminar la pobreza propiciando el dictado evangélico de desprenderse de los bienes en favor de los pobres (Marcos 10,21).  Aunque algunas personas profundamente altruistas podrían cumplir ese precepto, como política pública fracasaría, porque la enorme mayoría de la gente, dada la condición humana en su actual fase de evolución, no lo acataría; por esa y otras razones,  la ciencia económica nos dice que sería una medida errónea.  De hecho, hasta donde sé, no existe un pronunciamiento de la Iglesia a favor de una política semejante.   Es contradictorio, sin embargo, que  la Iglesia (así como determinados sectores políticos) asuma que se debe contener una grave patología de transmisión sexual principalmente mediante la abstinencia, aunque ello sea, por decir lo menos, altamente  improbable.

Dicho sea de paso,  tampoco piensa la Iglesia en contextos o probabilidades tratándose de los abusos por parte de sacerdotes.  En este punto, la Carta Pastoral pide perdón por las “faltas” cometidas, pero sin reflexionar acerca de  los impulsos humanos y las circunstancias que los acentúan.  El problema sería, presumiblemente, una suma de transgresiones individuales.

Con todo, el fondo de la Carta Pastoral es hacerse eco del actual malestar existencial sobre la globalización, el lucro desregulado, la desigualdad social…  Ello me parece valioso: Se añade una voz de innegable potencia,  tanto para creyentes como para el país en general, sobre temas de urgente actualidad.  Es claro, sin embargo, que el “cómo hacerlo” y no sólo ”qué fines últimos perseguir”, compete de lleno a la sociedad y al mundo político.