30 nov 2012

INSULZA Y EL FIN DE LA OEA

El fin de la OEA ocurrió hace unos 20 años, pero su muerte aún no es oficial.  La verdad es que todo el orden mundial del cual la OEA es sólo un componente regional, quedó bastante obsoleto luego del término de la Guerra Fría.

Dicho orden fue instaurado luego de la Segunda Guerra Mundial.   La cruenta devastación de ese conflicto permitió que se crearan, una vez terminado,  instituciones internacionales desde cero: entes políticos (Naciones Unidas, a nivel global, y organizaciones regionales en América,  Europa y Africa); financiero-monetarios (Banco Mundial, FMI…); militares (OTAN, Pacto de Varsovia);  etc.   

El sistema funcionaba, aunque con graves problemas, los cuales eran más visibles en las organizaciones políticas, como las Naciones Unidas o la OEA.  Estas tuvieron ciertos logros valiosos aunque la relación entre, por una parte, el presupuesto y la burocracia y, por otra, los resultados, nunca fue brillante.  En el fondo, su utilidad consistía principalmente en el hecho de que proporcionaban un foro internacional.

Con la conclusión de la  Guerra Fría, hacia 1991, las falencias de estas instituciones se agudizaron.   Como no ha habido una gran demolición mundial, a diferencia del año 1945, no han existido las condiciones para generar un cambio radical en el orden internacional.  Por tanto, los intentos de renovación han sido fragmentarios: cumbres, actuación conjunta de grupos de países afines, multitud de noveles organizaciones económicas o políticas sub-regionales…  América latina ha contribuido copiosamente a tales intentos.  Pero estas hojas de parra no pueden ocultar la radical desnudez de las entidades tradicionales como la OEA.

Los países de América se merecen la OEA.  Más aún, ellos son la OEA.  Los discursos hueros de sus representantes no logran disimular la endémica falta de voluntad política de sus gobiernos.  Por ejemplo la Asamblea General ha declarado que su sistema de protección de los derechos humanos (La Comisión y la Corte),  lo más valioso que ha producido la OEA en las últimas décadas,  son la “joya de la corona”, pero detrás de las gárgaras retóricas muchos países se esfuerzan por debilitarlo y su financiamiento es cubierto, en parte significativa por…¡Europa!

En este cuadro,  ha hecho noticia el cuestionamiento que  ha formulado una Comisión del Senado de Estados Unidos contra el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza.  Lo  cierto es que, aunque su sello personal sin duda cuenta, su marco de acción lo determinan los países miembros.  En este punto,  debo declarar que soy amigo de Insulza y bien puedo no ser objetivo.  Con todo, comprendo  la pregunta que muchos se hacen: ¿qué hace un político de sus condiciones  en una organización como la OEA?   Quizás su corazón se quedó pegado en Chile, donde anhela volver.

Si es verdad que la violencia es la partera de la historia, se puede decir que los horrores de la Segunda Guerra Mundial permitieron montar el orden mundial del que la OEA es una pequeña parte.  Pero eso pertenece al pasado.  En el futuro  de las Américas no figura la OEA.  En el de Insulza tampoco.

21 oct 2012

LA CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS CHILENOS


Comienzo por aclarar que escribo sobre la reciente Carta Pastoral de los obispos chilenos no como creyente,  sino como un agnóstico que ha trabajado de cerca con la Iglesia.

Sin duda, los obispos tienen derecho, aún en un Estado secular,  de publicar sus opiniones sobre cualquier tema.  La controversia que ha generado este  documento episcopal no es acerca del derecho que les asiste para expresarse, sino sobre la competencia de los prelados en materias económicas.

La Iglesia no pretende ser versada en economía sino “maestra de humanidad”. Esta afirmación puede entenderse como un reconocimiento modesto de que  no tiene otro conocimiento experto sino aquel que se refiere a lo que los seres humanos son y estarían llamados a ser; también es posible interpretarla como una aserción – menos modesta- de su supremacía doctrinal y experiencial en estas materias.  En cualquiera de estas connotaciones,  cuando la Iglesia habla sobre cuestiones temporales apunta a un  “deber ser”, no a la probabilidad de que las personas se comporten de acuerdo a tal ideal.  De este modo, siguiendo la célebre distinción de Max Weber, los obispos se expresan a partir de la ética de la convicción.  Para el pensador alemán, los políticos deben, en cambio, adherir a una ética de la responsabilidad.  Ello no implica carecer de convicciones sino seguir un curso de acción que tome en cuenta las probabilidades de la vida real.

Valgan dos  ejemplos: Las autoridades públicas no soñarían con  tratar de eliminar la pobreza propiciando el dictado evangélico de desprenderse de los bienes en favor de los pobres (Marcos 10,21).  Aunque algunas personas profundamente altruistas podrían cumplir ese precepto, como política pública fracasaría, porque la enorme mayoría de la gente, dada la condición humana en su actual fase de evolución, no lo acataría; por esa y otras razones,  la ciencia económica nos dice que sería una medida errónea.  De hecho, hasta donde sé, no existe un pronunciamiento de la Iglesia a favor de una política semejante.   Es contradictorio, sin embargo, que  la Iglesia (así como determinados sectores políticos) asuma que se debe contener una grave patología de transmisión sexual principalmente mediante la abstinencia, aunque ello sea, por decir lo menos, altamente  improbable.

Dicho sea de paso,  tampoco piensa la Iglesia en contextos o probabilidades tratándose de los abusos por parte de sacerdotes.  En este punto, la Carta Pastoral pide perdón por las “faltas” cometidas, pero sin reflexionar acerca de  los impulsos humanos y las circunstancias que los acentúan.  El problema sería, presumiblemente, una suma de transgresiones individuales.

Con todo, el fondo de la Carta Pastoral es hacerse eco del actual malestar existencial sobre la globalización, el lucro desregulado, la desigualdad social…  Ello me parece valioso: Se añade una voz de innegable potencia,  tanto para creyentes como para el país en general, sobre temas de urgente actualidad.  Es claro, sin embargo, que el “cómo hacerlo” y no sólo ”qué fines últimos perseguir”, compete de lleno a la sociedad y al mundo político.

13 sept 2012

GOBIERNO VERSUS PODER JUDICIAL



Se cuenta que un alto juez europeo llamó al presidente de su país para agradecerle haberlo nominado al cargo. Y agregó: “en adelante mi obligación es ser ingrato”.   Lo que no significaba, por supuesto,  que en lo sucesivo decidiría siempre contra el gobierno, sino que lo haría de modo independiente, sin pensar que debía devolver un favor.

Esta es la esencia de la separación de las tres grandes tareas del Estado, principio articulado, entre otros, por Montesquieu, hace más de dos siglos.  Que los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial tengan cada cual funciones exclusivas es una de las bases del estado de derecho moderno.  Estas tres ramas se controlan mutuamente:  En Chile, el Presidente y el Senado designan los ministros de la Corte Suprema; el Poder Judicial interpreta las leyes que aprobó el Legislativo  y falla sobre casos en que pueda tener interés el Fisco.  El Ejecutivo maneja las urgencias de la discusión de leyes y puede ejercer veto.   El Congreso fiscaliza al gobierno y puede hacer un juicio político contra, entre otros, ministros de estado y el propio Presidente.

La Constitución establece estos controles y contrapesos pero, aparte de ellos, la autonomía de los poderes clásicos del Estado es absoluta. Y digo “poderes clásicos”, porque la evolución de la política, la economía y el derecho ha ido aconsejando, con el tiempo,  introducir más órganos autónomos del Estado para, entre otras tareas,  ejercer funciones contraloras, asegurar la independencia de la política monetaria, supervisar el sistema electoral o garantizar el acceso a información pública.  Sin embargo, los tres poderes tradicionales siguen siendo el núcleo de todo sistema republicano.

Por eso nuestra Constitución dispone que, respecto de los tribunales  “en caso alguno”  pueden el Ejecutivo o el Congreso, entre otras cosas, revisar los fundamentos o contenidos de las resoluciones judiciales.  El gobierno de Salvador Allende a menudo objetó el funcionamiento mismo de la justicia, además de negarse a cumplir fallos.  Es cierto que en el clima de radical polarización de la época, el Poder Judicial terminó por tomar partido a favor del golpe de estado y luego abdicó su función de proteger los derechos fundamentales.  Sin embargo, la interferencia judicial del Ejecutivo fue indebida y así lo hizo notar enfáticamente la oposición al gobierno de la Unidad Popular.

Es irónico, pues, que ministros de un gobierno de derecha cuestionen fallos judiciales intentando refutar sus fundamentos.  Ello ha ocurrido en materia de combate a la delicuencia, de aplicación de la ley contra el terrorismo y, ahora último, en asuntos medioambientales.  Los involucrados se defienden  alegando la libertad de expresión, principio que es fundamental pero que tiene limitaciones constitucionales cuando se ejerce una función pública.

Por ello, se justifica la molestia de la Corte Suprema.   Cuidar las instituciones vale para todos.  Si el Legislativo o el Ejecutivo desean introducir tales o cuales cambios, que legislen en ese sentido.  Jugar con fuego, como lo están haciendo algunos ministros,  pone en riesgo el presente y futuro de nuestra institucionalidad.

21 ago 2012

EL CURA DEUSTO


Siempre había querido leer “La Pasión y Muerte del Cura Deusto”, novela  escrita en 1920 por nuestro primer premio nacional de literatura,  Augusto D’Halmar.   De este autor sólo conocía “Juana Lucero”, una novela de temprana conciencia sobre la condición de la mujer y los abusos de los patrones.  Ocasionalmente preguntaba por Deusto en librerías de viejo.  Finalmente la encontré, el mes pasado. 

A mi interés por leer la supuesta mejor obra de quien antaño se consideró uno de nuestros principales prosistas, se agregaba el hecho de que ella es reputada como una de las primeras novelas sobre un tema de homoerotismo en idioma castellano y d’Halmar fue un escritor que admitía su homosexualidad.  Más aún, la trama tiene como protagonistas a un sacerdote y su joven acólito.  Por tanto, prometía dar luces sobre la mirada del primer cuarto del siglo pasado acerca del candente problema actual de los abusos sexuales por parte de clérigos católicos.

La novela está ambientada en Sevilla, España, donde nuestro autor vivió durante quince años.  Iñigo Deusto, un severo sacerdote vasco de 33 años (¡cuántos, si no!), es asignado a una parroquia sevillana, donde uno de sus ayudantes es un muchacho adolescente, de origen gitano.  La obra va develando, gradualmente , un recíproco interés y lealtad iniciales que incuba un vínculo inequívoco de amor.  Deusto se reprime por lealtad a sus votos y su angustia va aumentando.  Finalmente, en un cierre que evoca a Ana Karenina, muere, casi con alivio, arrollado por un tren, mientras se alejaba, confuso y atormentado, caminando por la vía férrea, luego de un último encuentro con el adolescente que amaba,  en la estación de tren.

El estilo de d’Halmar es recargado y más que un poco pretencioso.  Hace gala de un dominio de las palabras más arcanas de la lengua española, enviando a sus lectores al diccionario a razón de cuatro o cinco veces por página.   También despliega en exceso sus conocimientos de la liturgia católica y de los latines del caso.   Sin embargo, caracteriza bien a sus personajes y, sobre todo, maneja con mucho oficio el crescendo de la tensión entre formación y deber, por una parte, y pasión, por la otra.

Las gentes del pueblo murmuran y los rumores llegaron a oídos del Cardenal de Sevilla, el cual se compadece, comprensivamente,  del dilema vital de Deusto.   Queda claro que d’Halmar opta por presentar la pulsión homoerótica de un sacerdote como un impulso imposible de aceptar abiertamente y que provoca, finalmente, una tragedia.   

En estos distintos sentidos, la novela, si bien no preludia la crisis que se vive hoy día en la Iglesia Católica, de modo bastante más escabroso, ilustra un momento histórico en la evolución de las actitudes frente a este problema.   Por ello, bien vale una lectura.