Siempre había querido leer “La Pasión y Muerte del Cura Deusto”, novela
escrita en 1920 por nuestro primer premio nacional de literatura,
Augusto D’Halmar. De este autor sólo conocía “Juana Lucero”, una
novela de temprana conciencia sobre la condición de la mujer y los abusos de
los patrones. Ocasionalmente preguntaba por Deusto en librerías de viejo.
Finalmente la encontré, el mes pasado.
A mi interés por leer la supuesta
mejor obra de quien antaño se consideró uno de nuestros principales prosistas,
se agregaba el hecho de que ella es reputada como una de las primeras novelas
sobre un tema de homoerotismo en idioma castellano y d’Halmar fue un escritor
que admitía su homosexualidad. Más aún, la trama tiene como protagonistas
a un sacerdote y su joven acólito. Por tanto, prometía dar luces sobre la
mirada del primer cuarto del siglo pasado acerca del candente problema actual
de los abusos sexuales por parte de clérigos católicos.
La novela está ambientada en Sevilla,
España, donde nuestro autor vivió durante quince años. Iñigo Deusto, un
severo sacerdote vasco de 33 años (¡cuántos, si no!), es asignado a una
parroquia sevillana, donde uno de sus ayudantes es un muchacho adolescente, de
origen gitano. La obra va develando, gradualmente , un recíproco interés
y lealtad iniciales que incuba un vínculo inequívoco de amor. Deusto se
reprime por lealtad a sus votos y su angustia va aumentando. Finalmente,
en un cierre que evoca a Ana Karenina, muere, casi con alivio, arrollado por un
tren, mientras se alejaba, confuso y atormentado, caminando por la vía férrea,
luego de un último encuentro con el adolescente que amaba, en la estación
de tren.
El estilo de d’Halmar es recargado y
más que un poco pretencioso. Hace gala de un dominio de las palabras más
arcanas de la lengua española, enviando a sus lectores al diccionario a razón
de cuatro o cinco veces por página. También despliega en exceso sus
conocimientos de la liturgia católica y de los latines del caso. Sin
embargo, caracteriza bien a sus personajes y, sobre todo, maneja con mucho
oficio el crescendo de la tensión entre formación y deber, por una parte, y
pasión, por la otra.
Las gentes del pueblo murmuran y los
rumores llegaron a oídos del Cardenal de Sevilla, el cual se compadece,
comprensivamente, del dilema vital de Deusto. Queda claro que
d’Halmar opta por presentar la pulsión homoerótica de un sacerdote como un
impulso imposible de aceptar abiertamente y que provoca, finalmente, una
tragedia.
En estos distintos sentidos, la
novela, si bien no preludia la crisis que se vive hoy día en la Iglesia
Católica, de modo bastante más escabroso, ilustra un momento histórico en la
evolución de las actitudes frente a este problema. Por ello, bien vale
una lectura.
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